martes, 10 de marzo de 2009

ARTÍCULO

Er Desván
Manuel Alcátara

DA lo mismo que siga al club de fútbol de sus compartidos amores, o que permanezca fiel al decepcionante partido político al que le sigue otorgando su voto, pase lo que pase: un seguidor es un seguidor y se consideraría delito de alta traición si cambiara de club o de opinión. A este inamovible grupo de españoles, al que le influyen muchas cosas, salvo los acontecimientos, ha venido a unirse otra variedad de seguidores: los espías. La trama del llamado Francisco Correa ha dado trabajo a mucha gente, en general a extorsionadores, pero no hay que negarles que han logrado reducir las colas del desempleo. ¿Cuánta gente vive del espionaje, sin necesidad de comprarse gafas negras y gabardinas blancas? Si el célebre Le Carré, que es un poco plasta, se diera una vuelta por aquí, encontraría argumentos para varios de sus novelones.
Lo más curioso del gremio de los seguidores es su imperturbabilidad ante el azar. Son unos epicúreos sin haber leído a Epicuro. Profesan unas creencias que no se molestan en revisar y no es que sean partidarios, sino adictos. El ejemplo más desastroso, que no deja de ser significativo aunque su protagonista sea insignificante, es el alcalde, ya ex alcalde, de Alcaucín. Este tipejo, que dormía tranquilo sobre un colchón de euros, confortado por la idea de que tenía muchos más en el banco, es literalmente adorado por sus conciudadanos. Al parecer procuraba favorecer a todos, si bien en menor escala. La gente le ha aclamado al ingresar en prisión. Quieren mucho al millonario ex albañil, que es muy campechano y canta fandangos. Es mentira eso de «qué buen vasallo si hubiera buen señor». Pura demagogia rentable. Hay muchos vasallos que aspiran a ser señores sólo para poder robar en condiciones idénticas y sin favoritismos. Por eso se convierten en seguidores.
Fuente: Manuel Alcátara/Sur

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