martes, 3 de febrero de 2009

ARTÍCULO

Er Desván
MANUEL ALCÁNTARA

ESTABA yo desprevenido, que por otra parte ha sido siempre mi estado natural, cuando vi caer la nieve como jamás la había visto descender de los presuntos cielos. Como no padezco Alzheimer para los versos, me acordé del soneto más barroco de Miguel Hernández: «Por desplumar arcángeles glaciales...». Me pilló en Madrid, confortado por amigos piadosos, de esos que se empeñan en verme como yo hubiera querido ser. Algo muy distante a como verdaderamente soy. ¿Qué más da? Lo único verdadero es que los dioses no nos quieren y que mientras ellos no cambien va a ser muy difícil que cambie nuestra vida. Al regresar a mi tierra solar me encuentro con el tornado. El aire, que tiene la ventaja de que hospeda a todo lo que se ponga en él, se ha amotinado. De vez en cuando le cabrea tanta hospitalidad y se insubordina. Deja de ser un «galán de torres» y no se conforma con alborotar banderas y con despeinar muchachas recientes, y se dedica a derribar, con muy clara preferencia, viviendas de los pobres. Bien sabe Dios que no tengo la menor culpa, pero al llegar a Málaga me he traído la furia de la mal llamada Madre Naturaleza, que tiene una mala leche enorme.
Están corriendo malos tiempos, así en la tierra como en el cielo. El refranero aconseja ponerle buena cara, pero será sin duda para que nos la parta con mayor facilidad. Hay que sobreponerse, ya que eso es lo más importante que puede hacer un ser humano, que tan poco puede. Hay que tirar para arriba, aunque hayamos perdido el norte y tengamos muchas dudas acerca de dónde cae ese territorio. De momento, lo que más necesito es una contera para los bastones que he coleccionado cuando no necesitaba bastones. Varían mucho los propósitos según la edad. Unos quieren subir y otros nos conformamos con no caernos.

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