lunes, 5 de enero de 2009

ARTÍCULO

Er Desván
AÚN SIGO ENFADADO CON LOS REYES MAGOS
Por Jenu

Llevo mucho tiempo enfadado con los Reyes Magos, desde pequeñajo.
Recuerdo en mi infancia unos Reyes tristes, muy tristes.
Frente a mi cama, que por aquel entonces era “entrecatreycama”, donde dormíamos mis dos hermanos mayores y yo, que tenía destinado para mi descanso los pies de este abrupto camastro, había una ventanita pequeña, con unas rejas hecha a lo bruto, y un hueco que hacía las veces de repisa donde supuestamente, tenían que caber los juguetes traídos por “Sus Majestades” de Oriente o más bien desorientados.
En la noche mágica previa al día seis de enero, no dormía, tampoco dormía mucho un seis de marzo, o un mismo día de abril, ya que estaba muy ajustado en este camastro, donde sobrábamos al menos dos de los tres, hasta el colchón se revelaba sacando en mitad de mi descanso, alguna paja dura y puntiaguda que se me clavaba en cualquier parte de mi enclenque cuerpo. Esta noche tan especial para todos los niños, también lo era para mí, siempre me quedaba la noche para darle vueltas a la cabeza pensando en todas las cosas que me traerían, que si era todo lo que estaba pensando, no cabrían en ese diminuto poyete.
Muchos fueron las noches previas y los días de Reyes que el poyete se mantenía vacío como el alma de un Broker newyorkino, tan solo con la cal y sus cantos, que nada tienen que ver con el solfeo precisamente.
Y hablando de canto, fue precisamente en este día tan especial, en el que amanece más temprano que nunca, cuando miré hacía el hueco de la ventanita, bueno, casi no lo perdí de vista en toda la noche, salvo en contadas cabezadas, Ya comenzaba para mí la incertidumbre. Por un lado confiaba en tener lo que había pedido, o por lo menos la mitad, e incluso una tercera o cuarta o quinta parte de lo que había pensado. Pero aunque mantenía la ilusión, y la esperanza, que es lo último que se pierde, me acordaba de las muchas veces que el hueco permanecía vacío durante toda la noche, y todo el día siguiente, este día mágico para todos los niños, para todos, menos para mí.
Mi incertidumbre iba creciendo por momentos. Estaba haciendo una de las cosas que a mi madre tanto le molestaba, comerme las uñas, así pasé toda la noche; comiéndome las uñas y el coco. No podía dormir ni por orden judicial. Pensaba que esta vez como en tantas ocasiones, me daría con el canto del poyete en los dientes.
Por fin se vislumbraba una tenue luz que entraba a empujones por la rendija de la desvencijada ventanita. De repente ví la sombra de algo, que no pasaba de dos de los cuatro bastos barrotes, aún le faltaba para tocar el tercero coas así como dos cuartas de la mano de un pequeño por entonces como yo. Desde la cama no lograba saber que era, aunque no esperé a averiguarlo. Corrí como un loco tropezando a mi paso con una silla de enea, que siempre se utilizaba tan solo para poner la ropa, ya que llevaba tiempo con el culo roto.
Durante el trayecto entre la cama y la ventanita, se me pasaron por la cabeza todas las cosas que había imaginado; una pistola, un escalextris, un Cinexin, unos Juegos reunidos Jeiper…
Cuando llegué a la ventanita, todo se desplomó, se esfumaron todas mis ilusiones, hasta mis creencias en los Reyes Magos se desvaneció. En la diminuta ventana lo que había era un burrito de plástico con dos cantaritas, una a cada lado, y una tira larga de plástico que servía para arrastrar al burrito, que descansaba sus pezuñas sobre cuatro ruedas del mismo material, difícil de arrastrar en un terreno pedregoso y enfangado donde viviamos desde hacía tanto.
Cuando salí a la calle, sin ganas por cierto, vi el cielo abierto cuando me encontré con uno de mis amigos, que tenía precisamente la pistola de pasta con la que había soñado despierto desde hacía tanto, y que ahora tenía tan cerca de mi.
Le dije de cambiar el burro por la pistola, y se negó, incluso ofendió a mi burrito de manera muy despectiva.
Nunca olvidaré aquel dia de Reyes. Lo pasé tan mal el dia del burrito como en tantas veces que mi madre disculpaba a los Reyes, argumentando que uno de los camellos había tenido un mareito, que había tropezado y se había lastimado una patita, que por eso llegaban algo tarde. Pero la realidad era distinta, no es que llegasen tarde, es que a lo largo de ni niñez, en la gran mayoría de las veces, ni llegaban.
A pesar que mi hermana Charo que vive en Barcelona, se colocó en una fábrica de juguetes, mucho antes que arribasen los chinos por estas tierras lejanas, sobre todo para ellos, y me hiciera el niño más feliz del mundo aquella mañana de enero, no cabiendo en la ventana ni el carbón que se come, pasó a la diminuta salita de casa de pobre, rebosante ahora de juguetes de todo tipo; Un tren eléctrico, soladitos de la Cruz Roja, del ejercito e incluso de la Guardia Civil, de los que era en ese momento casi devoto, sin tener conciencia por mi edad que ponían multas, y eran más peligroso con el boli que con la mano vuelta. Fui feliz, muy feliz, aunque sin olvidar todos esos años con la mirada puesta cada cinco de madrugada, y cada seis de enero durante todo el día y siguientes, pendiente de la diminuta ventanita, que lo único que me traían los amaneceres, era como mucho un haz de luz, que con trabajo, se colaba por la rendija. Aún hoy, después de tanto, y cuando he pasado de creer, a no creer, y a ser yo mismo los Reyes magos por cuestiones de edad, aún hoy, sigo enfadado con los Reyes Magos, con los pajes, y con el que inventó la historia.


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