sábado, 11 de abril de 2009

LA FE. CIEGA COMO LA MISMA MUERTE

Er Desván
¡Viva la Santa Muerte!
Son muchos los mexicanos que honran a la Santa Muerte y la sacan en procesión. Para otros, sin embargo, esta celebración es un auténtico crimen.
La de la Santa Muerte es una peculiar festividad que se celebra por las calles de México, donde una imagen con una calavera es protagonista. El problema es que la procesión de la Santa Muerte debe hacerse con la escolta de la Policía, ya que es un culto que no tiene la bendición de todo el mundo. Para la Iglesia católica, es una figura diabólica. Para el Gobierno mexicano fomenta el crimen con fines religiosos. Para ellos, la mayoría de sus seguidores son narcotraficantes y delincuentes. Pero ésta no es solo una procesión, sino una manifestación. Los asistentes piden respeto, y que dejen de destruir sus altares como sucedió en Monterrey, Nuevo Laredo y Tijuana. Según el sumo sacerdote la Santa Muerte tiene más de cinco millones de fieles, entre los que hay policías, politicos, gangsters y secuestradores que se encomiendan a la virgen antes de dar sus golpes. Los seguidores de la Santa Muerte están preparando una demanda "millonaria" contra todos sus detractores. Mientras seguirán adorando a su virgen y pidiéndola protección, que falta les hace.

Fuente: Juanjo Santos/La Sexta noticias/You Tube

AL LORO!!

Er Desván
Cómo defenderse de la manipulación
de los políticos
Un cartel al estilo Tarantino con el lema "Si tú no vas, ellos vuelven", junto a las figuras de Mariano Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, constituyó uno de los principales reclamos del Partido Socialista de Cataluña en las pasadas elecciones generales. George W. Bush, tras el 11-S, apeló a la seguridad nacional para ser reelegido y para aprobar leyes que suponían recortes en los derechos civiles de los estadounidenses. La agitación antisemita en toda Europa, que llegó a su trágico apogeo en la Alemania nazi; el fantasma del comunismo, que recorrió el lado occidental del Telón de Acero; o el odio al extranjero que propugnan los partidos de la extrema derecha son, todos ellos, ejemplos comunes de cómo los políticos han utilizado el miedo para manipular a los ciudadanos y obtener su respaldo.

¿Ha sentido miedo alguna vez? ¿Ha buscado protección en un líder o bajo unas siglas? ¿Votaría, tras un atentado, a favor de una medida que jamás aprobaría en un contexto de calma? Los políticos creen que sí. Maquiavelo aconseja a los príncipes que es preferible ser temido a ser amado. Su teoría ha llegado hasta nuestros días, pero, ahora, nuevas claves científicas esclarecen los mecanismos por los cuáles los ciudadanos pueden reaccionar ante las informaciones sesgadas e interesadas de sus dirigentes.

La manipulación tendrá más éxito si el público no comprende la materia sobre la que advierte el político, o si la naturaleza del miedo generado por el poder es más difícil de superar para los ciudadanos. Además, la amenaza debe tener cierta base de verdad, ya que una afirmación completamente falsa es más fácilmente detectable para el público. Así lo explican Arthur Lupia y Jesse O. Menning, profesores de Ciencias Políticas en la Universidad de Michigan, en su trabajo When can politicians scare citizens into supporting bad policies?, publicado en la prestigiosa American Journal of Political Science.

Los autores de la investigación utilizan por primera vez la Teoría de Juegos para averiguar el modo en que interactúan políticos y ciudadanos ante el uso interesado del miedo. Esta teoría estudia la elección de la conducta óptima que hace un individuo cuando los costes y los beneficios de cada opción no están fijados de ante mano, sino que dependen de las elecciones de otras personas. Y el resultado es en parte esperanzador: la capacidad de los políticos para manipularnos no está exenta de dificultades.

¡Que viene el lobo!

El modelo de esta apelación al miedo parte de que el político posee una información clave que el ciudadano desconoce. En un primer momento, el público reacciona al miedo de manera instintiva, pero más adelante es capaz de responder de forma estratégica, según va adquiriendo más información y observando el resto de reacciones a la amenaza que se han producido. Por ello, los políticos entenderán que vale la pena arriesgarse si observan a la sociedad poco motivada o incapaz de contrastar la información y adaptarse a los llamamientos al miedo.

No obstante, si la ciudadanía es capaz de reflexionar sobre qué efectos ha tenido su reacción inicial (automática) ante la amenaza, y si busca información alternativa fuera del mensaje dirigido por los políticos, entonces, se multiplicará su poder para escapar de la manipulación. Con una mayoría de ciudadanos capaces de responder a un nuevo intento de usar el miedo de manera interesada, los políticos se verían obligados a buscar otras vías de obtener el respaldo popular. Además, el poder podría caer en el efecto que describe la fábula Pedro y el lobo, donde las falsas alarmas del pastor acaban por provocar que nadie le ayude cuando el lobo se come sus ovejas.
La aplicación del miedo esperando obtener unos resultados previsibles tampoco parece nada fácil, según la investigación de Lupia y Menning. Diferentes factores psicológicos y variables sociales pueden hacer que dos amenazas equivalentes en términos de riesgo, como un atentado de ETA y otro de carácter islamista, desencadenen respuestas diferentes de los ciudadanos. De hecho, una fuerte respuesta emocional a uno de esos dos peligros no se repite necesariamente al plantearse la segunda amenaza. De nuevo, saber cómo informarse en tiempos de incertidumbre es fundamental.

Fuente: Alberto Mendoza/El Confidencial/Foto: IstockPhoto

DEL LIBRO "DIOS NACIÓ MUJER", DE PEPE RODRÍGUEZ

Er Desván
La fascinante aventura de investigar las huellas de la creación del concepto de Dios

Hace unos 30.000 años Dios aún no existía, pero la especie humana llevaba ya más de dos
millones de años enfrentándose sola a su destino en un planeta inhóspito; sobreviviendo y
muriendo en medio de la total indiferencia del universo. Unos 90.000 años atrás, una parte
de la humanidad de entonces comenzó a albergar esperanzas acerca de una hipotética
supervivencia después de la muerte, pero la idea de la posible existencia de algún dios
parece que fue aún algo desconocido hasta hace aproximadamente treinta milenios y, en
cualquier caso, su imagen, funciones y características fueron las de una mujer
todopoderosa. La concepción de un dios masculino creador/controlador —tal como es
imaginado aún por la humanidad actual— no comenzó a formalizarse hasta el III milenio
a. de C. y no pudo implantarse definitivamente hasta el milenio siguiente.
Santo Tomás de Aquino, en su Summa contra Gentiles, afirmó que «Dios está muy por
encima de todo lo que el hombre pueda pensar de Dios». La frase, a pesar de su aparente
profundidad, transmite un vacío desolador. ¿Por qué no decir, por ejemplo, que la razón
está muy por encima de todo lo que el hombre —en especial si es teólogo— pueda pensar
de la razón? El universo entero también está muy por encima de nuestras cabezas y de los
conocimientos que tenemos el común de la gente, pero sin embargo la ciencia, a base de
pensar que no hay nada tan lejano que no pueda ser investigado, ha acumulado datos y
certezas que sobrepasan años-luz cuanta sabiduría fue capaz de atesorar el gran santo
Tomás. Quizá Dios, efectivamente, esté demasiado alto para nuestros limitados
razonamientos, pero antes de dar la tarea por imposible deberemos reflexionar, al menos,
sobre si puede haber o no alguien ahí arriba (o donde sea que pueda residir un ser divino).
La madeja no será fácil de devanar, pero en el intento residirá la recompensa.
A pesar de que «Dios» es un concepto de reciente aparición dentro del proceso evolutivo
de nuestra cultura, su fuerza innegable ha incidido sobre el ser humano de tal manera que
éste ya nunca ha podido sustraerse al poderoso influjo que irradia la idea de su existencia,
de la de cualquier dios, eso es de algún ser supremo dotado de capacidad para regir todos
los elementos del universo material e inmaterial y, aspecto fundamental, animado de una
personalidad tal que permite que su voluntad inapelable pueda ser alterada en favor de
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PEPE RODRÍGUEZ dios nació mujer
los intereses humanos, mediante la negociación y el pacto, cuando la ocasión resulta
propicia.
El concepto de «Dios» resulta tan fundamental para nuestra existencia reciente sobre este
planeta, que la mera presunción de su realidad —gobernada a través de las instituciones
religiosas— ha focalizado y dirigido la formación de las culturas, ha cambiado
radicalmente las pautas individuales y colectivas de las relaciones humanas y ha llevado a
alterar profundamente el equilibrio ecológico en cada uno de los habitáis conquistados por
el Homo religiosus. Basta con la sola evocación de Dios para que en cualquier grupo
humano se encastillen posturas, se desborde la emocionalidad y, en definitiva, se
produzca una clara división en dos bandos o visiones de la vida irreconciliables: la
postura creyente y la no creyente. En el nombre de Dios, de cualquier dios, se han hecho,
hacen y harán las más gloriosas heroicidades, pero también las fechorías y masacres más
atroces y execrables.
El mundo que conocemos ha sido modelado por Dios, sin duda alguna, pero la cuestión
fundamental radica en saber si la obra es atribuible a un dios que existe y actúa mediante
actos de su voluntad consciente, o a un dios conceptual que sólo adquiere realidad en el
hecho cultural de ser el destinatario mudo de las necesidades y deseos humanos.
Del primer tipo de dios se ocupan las religiones y, según ellas, no admite discusión ni
precisa de pruebas. Existe porque existe, y todo, absolutamente todo, prueba su existencia,
incluso el mismo hecho de poder dudar de ella. Dios es el origen y el fin de todo cuanto se
pueda conocer o imaginar; por tanto, nada hay ni puede haber fuera de él. Las religiones
parten de una posición viciada en origen al invertir la carga de la prueba, es decir, que no
demuestran fehacientemente aquello que afirman —la existencia de Dios— y, de modo
implícito —cuando no bien explícito—, descargan la responsabilidad probatoria en
quienes defienden la inexistencia de cualquier divinidad. En este caso, la propia sustancia
de lo que se discute lleva necesariamente al absurdo desde el punto de vista lógico y
racional: unos creen porque sí («tienen fe») y otros niegan también porque sí («son ateos»).
Del segundo upo de dios, en cambio, se ocupan la historia, arqueología, psicología,
antropología y demás disciplinas científicas que intentan abarcar y comprender la variada
gama de comportamientos humanos que conforman eso que hemos dado en llamar
cultura o civilización. De este tipo de dios conceptual sí que existen innumerables pruebas
materiales que permiten abordar su análisis y discusión. Los formidables indicios
acumulados sobre este tipo de dios le identifican con el primero —el dios creador /
controlador de destinos cuya existencia se presume real—, pero, a diferencia de éste, su
rastro puede seguirse hasta los mismísimos albores de su nacimiento entre los hombres.
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PEPE RODRÍGUEZ dios nació mujer
¿Puede un dios eterno, principio y fin de todo, creador del ser humano, haber querido
permanecer oculto a los ojos de los hombres hasta hace apenas unos pocos miles de años?
¿Puede ese dios haber querido privar conscientemente a sus criaturas, durante cientos de
miles de años, de las normas que hoy se proclaman fundamentales y de los ritos
indispensables para la «salvación eterna»? ¿Cómo y cuándo se manifestó Dios por primera
vez? ¿Por qué se dio a conocer a través de tantas y tan diferentes personalidades y
creencias...?
Quizá Dios se haya limitado a comportarse como un deus otiosus (dios ocioso), tal como lo
describen las más importantes religiones autóctonas de África, que creen que el Ser
Supremo vive apartado de todos los asuntos humanos. Los akans, por ejemplo, creen que
Nyame, el dios creador, huyó del mundo debido al terrible ruido que hacen las mujeres
cuando baten ñames para hacer puré. Si de justificar su pertinaz ausencia se trata, es muy
probable que Dios pudiese encontrar en nuestro mundo actual miles de razones aún más
poderosas y graves que las esgrimidas por los akans. Eso podría explicar que tengamos un
planeta hecho unos zorros y Dios permanezca insensible a los ruegos humanos: no es que
Dios no exista, es que no está; se limitó a crearnos y nos abandonó a nuestra suerte. Quién
sabe.
El concepto de deus otiosus no deja de ser profundamente inteligente, ingenioso y realista.
Las religiones, como institución formal, llevan unos pocos milenios publicando la
naturaleza de Dios y hablando en su nombre, pero las formas y atribuciones de Dios son
tan numerosas y diversas y los mandatos divinos que emanan de ellas son tan variados y
contradictorios, que resulta francamente difícil hacerse una idea de Dios. ¿Es como el
viejecito barbudo y presuntamente bondadoso que muestra la Iglesia católica en su
iconografía más clásica? ¿Es como el heroico Shiva de la tradición hindú, presentado
siempre en poses hieráticas? ¿Es como El, el dios creador cananeo representado como un
funcionario político de máximo rango? ¿Es como Osiris, el dios egipcio con cabeza de
halcón? ¿Es como la Venus de Willendorf, la diosa más famosa del Paleolítico, de formas
carnales desmesuradas? ¿Es como el ser no representable de la tradición judía, musulmana
y de tantas otras? ¿Es como Caos, el fundamento de la más antigua cosmogonía y teogonía
helénica? ¿Es como el Big bang de la ciencia moderna? ¿Es como quién o como qué? Y, si
cada doctrina divina cambia radicalmente en función de las épocas y de las culturas, ¿cómo
saber cuál es el verdadero mensaje divino?, ¿cómo saber la razón por la que Dios muda su
doctrina tan a menudo?, ¿quién garantiza la palabra de quienes garantizan la palabra de
Dios?
La dicotomía entre el concepto de «Dios» y las estructuras religiosas, mal que les pese a
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PEPE RODRÍGUEZ dios nació mujer
éstas, es evidente y resulta fundamental para no confundir una posible causa de
naturaleza no específica —nada impide que denominemos «Dios» a cuanto pudo haber
(¿?) en el instante previo a la organización de la materia atómica que dio lugar al
nacimiento del universo— con una estructura basada en la explotación de tal probabilidad
al transformarla en un dogma o creencia acrítica (praxis de las religiones); saber separar lo
supuestamente causal (Dios) de lo claramente instrumental (religión) evitará también ¡
«tomar el nombre de Dios en vano», un vicio troncal de cualquier sistema religioso. Por
este motivo no escasean los científicos —en particular físicos, astrofísicos y cosmólogos—
que, al ocuparse del origen del cosmos, aceptan dejar una puerta abierta a la posibilidad
de alguna «razón organizadora», pero se la cierran a cualquier planteamiento teológico.
Es bien conocida la sentencia de que «un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha
nos devuelve a él», pronunciada por Louis Pasteur, uno de los científicos más notables del
siglo pasado, pero la simplicidad —que no simpleza—, plasticidad, belleza y capacidad
enunciadora de esta frase no debe llevamos necesariamente a conclusiones religiosas.
Quizá, tal como afirma el cosmólogo británico Stephen Hawking —principal avalador,
junto a Roger Penrose, de la teoría del Big bang—, «si descubrimos una teoría completa
(que abarque la interrelación de todas las fuerzas de la Naturaleza, eso es el sueño
científico de la TGU o Teoría de la Gran Unificación), debería ser algún día comprensible
en sus grandes líneas por todo el mundo, y no sólo por un puñado de científicos.
Entonces, todos, filósofos, científicos e incluso la gente de la calle, seríamos capaces de
tomar parte en la discusión acerca de por qué existe el universo y nosotros mismos. Si
encontramos la respuesta, será el último triunfo de la razón humana, porque en ese
momento conoceremos el pensamiento de Dios».

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