lunes, 17 de noviembre de 2008

ARTÍCULO

Er Desván
Raros poetas muertos


JOAN BARRIL

Una pequeña salida matinal por el sur de Francia. Ese color gris de los edificios oficiales, ese silencio que deja escuchar el roce de una hoja cuando cae sobre la plaza, ese aroma de las chimeneas en invierno, esa sensación civil de los periódicos tan frescos como el pan. Y ante todo, ese monumento que siempre se encuentra en todos los pueblos franceses. Suelen ser monumentos de medida humana, enmohecidos ya por el paso del tiempo, pequeños prismas puntiagudos sobre cuyos lados expertos picapedreros de distintas generaciones han ido grabando los nombres de los ciudadanos locales que cayeron en alguna de las guerras de Francia. La gran guerra de 1914-1918 suele llevarse la mayor cosecha de muertos. Los muertos de la segunda guerra mundial llevan escrito el lugar de su defunción. Algunos nombres de las guerras de Indochina también tapizan esos monolitos. Probablemente, en el pueblo ya no queda ningún familiar que pueda llorarles, pero ahí está su nombre porque la República Francesa decidió no olvidarles.De regreso a casa leo una vez más la gran polémica sobre los exhumadores y los déjalo-como-está. Una vez más, la resistencia a sacar a la luz el cadáver de García Lorca. Es una cuestión opinable, porque lo mejor de los poetas no son sus huesos, sino sus poemas. Pero lo que ya no es tan opinable es ese silencio espeso y judicial con el que se intenta decir que de los poetas ajusticiados por el fascismo nos quedamos sus versos y callamos sus tumbas.Ese debate de hoy es algo que si lo pretendiéramos explicar a un marciano, caeríamos en un incómodo ridículo. Resulta que, en una guerra civil, cada bando se especializó en sus enemigos. Unos fueron a por los curas y a por los ricos. Y otros se ensañaron con los poetas, los maestros y en general los hombres de letras. A los curas se les beatifica, pero a los poetas se les deja pudrir. ¿Alguien de ustedes conoce una calle llamada García Lorca, en Barcelona? No se preocupen: la calle existe, entre la Via Favència y la montaña, en un pequeño barrio nacido del esfuerzo de la gente donde se abren otras calles dedicadas a poetas: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Miguel Hernández, una plaza dedicada a Unamuno y unos jardines en memoria del que fue concejal Serra Martí. Muy cerca de allí, una rotonda sin dirección postal, es conocida como plaza Karl Marx.No es casual que esos nombres de poeta se encuentren en un barrio trabajador. Pero tampoco debe de ser casual esa resistencia de los distintos gobiernos democráticos españoles a la repatriación de sus poetas. Esa tumba de Machado en Colliure, ¿qué indica? Acaso nuestro hijos creerán que Machado murió en la bella villa de Colliure porque estaba allí pasando sus vacaciones. Miguel Hernández, ¿acaso fue a la cárcel por robar un kilo de patatas? García Lorca, el desaparecido, ¿es que no merece un lugar para honrarle por más calles bienintencionadas que se bauticen con su nombre?No solo eso: un profesor de la universidad de Granada llamado José Antonio Fortes, en uso de su libertad de cátedra, se dedica a explicar que García Lorca era en realidad un fascista. Otro profesor, el poeta Luis García Montero, le afeó la conducta. Fueron a juicio. García Montero ha sido condenado y Fortes se sale con la suya. Resultado: García Montero abandona para siempre la universidad. Y mientras tanto hay gente que considera que de esos poetas muertos es mejor no hablar. Si hubieran sido franceses, ahora, al menos, tendrían un monolito compartido.
Fuente: El periódico.com

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